viernes, 19 de junio de 2009

Diarios de Joseph Corelli (II)

Ayer fui a visitar a Ángela a su casa, pero para mi sorpresa no estaba allí. Antes de marcharme un vecino me contó que últimamente solía frecuentar una vieja iglesia a las afueras de la ciudad (Monstruos e iglesias... ¿qué no se le ocurrirán a las mentes más calenturientas?), así que tomé el camino de vuelta hasta ese lugar.
Cuando llamé a la gruesa y corroída puerta me recibió alguien que no me esperaba ¡Era Wilhelm, el tipo que nos acompaño la noche de las cervezas! Tenía mala cara, como si no estuviera acostumbrado a beber como lo hizo aquella noche en mi compañía. Solamente nos conocemos de esa noche, pero después de aquello me siento con confianza para charlar un poco con el.
Me contó que ni ella ni Vitus habían aparecido por aquí desde que los perdimos de vista anoche, se le veía un poco preocupado por ambos, y me imagino que es normal teniendo en cuenta en las historias en las que les he visto metidos otras veces.
Wilhelm también me pidió que le ayudara a buscarles y a investigar algo en lo que llevaba un tiempo trabajando, una patochada sobre el cielo y el infierno como mundos paralelos, una conspiración de la iglesia y tal... No pude evitar soltar una carcajada y decirle que no (después de todo esa gente tampoco me importaba tanto). Cuando me marchaba me preguntó si yo alguna vez había visto la clase de criaturas con las que Vitus se enfrenta y cómo no creía en todo ello, si no me había preguntado alguna vez sobre el origen de esas criaturas, mi respuesta fue que quizá hay cosas que es mejor no preguntarse y me fui.
La frase con la que me despedí solo tenía la intención de engañarme un poco a mi mismo y de terminar con la conversación, pero me había hecho pensar... Entre otras cosas si realmente tendría yo razón con aquello de "Hay cosas que es mejor ni preguntarse". La noche era oscura, volvía a mi piso a pie, no estaba lejos, cuando de pronto en un oscuro y solitario callejón me encontré con un borracho que iba dando tumbos, cuando llegó a mi altura levantó la vista y me observó tembloroso con la mirada llena de un miedo que casi me contagió, después se desplomó a mis pies con una espantosa herida en su espalda. Comencé a sudar y a temblar, un sonido extrañamente familiar se oía a la vuelta de la misma esquina, en ese momento, sentía que estaba perdiendo el control de mis propios actos. Paralizado por el miedo no pude evitar quedarme mirando en la esquina, dónde apareció una terrible silueta negra del doble de mi altura, "Estos son los momentos en los que Vitus aparece y lucha", pensé, pero cuando el aterrador y chirriante rugido que soltó me hizo cerrar los ojos con fuerza salí corriendo como alma que lleva el diablo. Cuando llegué a mi casa no pude dormir... Otra vez...

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1 comentario:

  1. Que se sienta afortunado por haber podido llegar a su casa a dormir.
    Pinta interesante el diario de Corelli.

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